En la clínica práctica se encuentran tres tipologías de pacientes deprimidos: a) debido a una situación social penosa; b) debido a una enfermedad corporal, sobre todo si causa dolor, y c) como manifestación de un trastorno primario del estado de ánimo, es decir, un trastorno depresivo en sentido estricto.
En cualquiera de estas tres circunstancias el clínico debiera llegar a la sospecha de depresión no sólo a partir de la expresividad verbal, sino también la no verbal, ya que algunos pacientes están especialmente infradotados para comunicar a nivel verbal sus emociones (alexitímicos) (Skipko, 1982).
Por consiguiente, dominar la lectura de la expresividad facial puede ser un test barato y rápido para la detección de la disforia. La irritabilidad excesiva debiera también poner al profesional en la pista, pues suele ser una conducta compensatoria de la depresión.
Otra característica del deprimido es ponerse a llorar ante un mínimo señalamiento del tipo: «Me parece verle/la más apagada (o triste) de lo habitual…» A la inversa: sospeche de aquel paciente que se declara deprimido, pero acude perfectamente arreglado a la consulta. Posiblemente no lo sea o tenga un concepto particular de esta palabra.