La ética médica está siendo objeto de gran atención en la comunidad científica y profesional durante las últimas décadas. Goza de aceptación general la idea de que la sola técnica se muestra insuficiente para dar respuestas satisfactorias a las necesidades de salud de las personas.
La sociedad contempla con preocupación los riesgos del abuso científico que en la medicina ha mostrado su rostro más amargo en la segunda mitad del siglo XX, y no le falta razón si traemos a la memoria algunos acontecimientos como el desgraciado comportamiento de los médicos nazis, el uso de la psiquiatría que se hizo en el régimen soviético, o el lamentable ensayo clínico de Alabama para el estudio de la evolución natural de la sífilis, conocido en Estados Unidos en 1972, en el que unos enfermos no recibían información y tampoco el tratamiento eficaz disponible.
La cualificación moral del médico es, sin ningun género de duda, un requisito para su auténtica competencia profesional.
Tal como dijera Sócrates, la ética es en el fondo la pregunta acerca de cómo debo comportarme. Pero no es necesario ser un pensador ilustrado para hacerse este planteamiento vital sobre la búsqueda del bien. Se trata de un interrogante que toda persona se formula intuitivamente y a diario desde el momento en que empieza a hacer uso de la razón.